Decidí servirme una copa de tiempo y embriagarme de recuerdos, en compañía de las melancólicas baladas de la noche que emergen por las grietas de la tierra y revelan el sollozo final de los muertos.
Brindé una, dos, tres…. por todo y por nada, de tanto llorar me puse a reír, cansada de reír lloré de nuevo, anduve por suburbios de delirio en las campiñas de la infancia, en ese rincón pueril donde dormí sin sospechar que la vida a veces era infierno, en la comarca donde la muerte se asustaba, estuve ahí de nuevo.
Cuando me empezaba a adueñar de ese territorio
la copa del tiempo cayó de mis manos, se hizo añicos y cortó la brizna que me acercaba a la calma.